Santiago Castro González - Blog

La figura comenzó a susurrar su nombre, "Ana... Ana...". El corazón de Ana se detuvo por un momento. Intentó gritar, pero su voz no salía. La sombra extendió una mano hacia el cristal, como si quisiera atravesarlo. Ana dejó caer el espejo, que se rompió en mil pedazos. Pero cada fragmento seguía reflejando esos ojos brillantes, y el susurro se convirtió en un grito ensordecedor. Desde esa noche, Ana nunca volvió a mirarse en un espejo, pero siempre siente una presencia detrás de ella.

Cada noche, a las 3:00 a.m., el reloj emitía un sonido diferente: un gemido profundo, como si alguien estuviera llorando. Carlos intentó detenerlo, pero el mecanismo no se detenía. Una noche, el gemido se convirtió en palabras: "Es tu hora, Carlos". El reloj marcó las 3:01, y la habitación se llenó de un frío glacial. Carlos nunca despertó, pero el reloj sigue funcionando, ahora en manos de un nuevo dueño.